Egocentrismo infantil
De todos los grandes retos que plantea
la crianza de los hijos, uno de los que más inquietud genera en algunos padres
es la cuestión de cómo enseñar a los pequeños a compartir. Muchos se preocupan
sobre todo cuando, en sus primeros años de vida, el niño atraviesa lo que el
psicólogo Jean Piaget denominó "etapa
de egocentrismo infantil", cuando el pequeño asume que todo el mundo, los objetos y las personas que le
rodean, son suyos y él puede disponer de ellos siempre que lo
desee. Esta etapa, si bien es más intensa hacia los dos años de edad, puede
prolongarse hasta los cuatro o cinco años.
"Compartir no es una cualidad
innata del ser humano, sino una
actitud y un comportamiento que forman parte del desarrollo psíquico y de la
identidad del niño", explica Fernando González Serrano, miembro de
la junta directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del
Niño y del Adolescente (SEPYPNA). Esta actitud forma parte de lo que se llama
"conciencia moral", la cual "incluye la idea de cómo nos
gustaría ser", añade el especialista.
Durante la etapa del egocentrismo
infantil, lo que el especialista recomienda es procurar que el menor viva con intensidad y apego con sus padres y otros adultos,
así como también con sus cosas, sin preocuparse por la idea de compartir. De
esta manera, el bebé experimenta sentimientos de seguridad y autoestima que le darán fortaleza para su
desarrollo posterior.
Una dificultad es que, a menudo, los
niños asisten a la guardería y atravesar
allí al menos una parte de esa etapa de egocentrismo. En ese ámbito, el menor
-además de no estar con su familia- tiene que empezar a lidiar con ciertos
valores para los cuales todavía no
está preparado. Compartir es uno de ellos.
En ocasiones, el centro escolar propone
que los niños lleven un juguete, una posesión propia que les ayuda a superar la
separación de la familia. En muchos casos ese juguete puede ser el llamado objeto transicional. Se trata -según la clásica definición
del psicoanalista inglés Donald Winnicott- de un objeto material con el cual el
pequeño desarrolla una relación de apego y que se convierte en una fuente de
placer y de seguridad en momentos en que la madre (o la figura de apego
principal) está ausente.
Como es normal en este periodo, los niños
no quieren compartir ese juguete. Pero esto no debe ser motivo de preocupación
para los mayores. No se debe temer que el pequeño vaya a ser egoísta en el
futuro, ni nada por el estilo. En palabras de Fernando González Serrano, quien
también es jefe del Centro de Salud Mental Infantil- Juvenil de UribeEspaña, es a partir de los tres años cuando "el
niño está mucho más preparado para ir asumiendo los valores
sociales, aunque esto no está bien consolidado hasta los cinco o seis".
Fuente: consumer.es